13 de Junio 2004

EL MUNDO INTERNO

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  • DESDE PROMETEO A SUPERMAN

Se afirma que las diferentes áreas del conocimiento humano son sólo ventanas al mundo con diferentes marcos pero con la misma visión. La música, la literatura, la arquitectura y la psicología, etc, serían formas de ver los mismos fenómenos que, en definitiva, representarían las mismas angustias y dudas existenciales de los hombres en determinado período histórico. No puede ser casual que exista una música romántica, una poesía romántica, una arquitectura romántica y una filosofía romántica. Son diferentes disfraces de la misma realidad que se proyecta desde diversos artistas. Una nota musical, un poema y un cuadro del medioevo nos remite al concepto de la psiquis del hombre medieval: mundo cerrado, amurallado por el temor a Dios, el hombre como partícula minúscula que se mueve al son de los designios divinos. Pero, aún más allá de los períodos históricos, hay constantes que se multiplican indefinidamente desde el hombre del paleolítico hasta nuestros días. Carl Jung, primer investigador que mezcla la psicología y la antropología, encuentra que hay constantes temáticas en todos los libros sagrados conocidos. En todos ellos hay un inicio de mundo, un estado ideal paradisíaco que se pierde por la desobediciendia de los hombres al designio divino, un diluvio desbastador y un fin del mundo representado. Demasiada coincidencia, nos dice Jung y aborda una de las conclusiones más esclarecedoras en el campo de la psicología humana: los mismos temores, las mismas ansiedades se representan, simbólicamente, de la misma manera. Joseph Campbell, psicólogo, estudioso y continuador del pensamiento jungiano, en su texto “El héroe de las mil caras”, ahonda el principio jungiano de a igual temor o desconocimiento, igual representación metafórica. Fundamentado en sus estudios clínicos, cuya base es su experiencia en la terapia psicológica, demuestra que lo que los hombres de la antigüedad estructuraban en mitos, el hombre actual, racional, alejado de Dios en sus sistemas más profundos, reduce las representaciones al campo de la recreación y a los sueños.

Todos, desde el hombre de Neerdenthal hasta nosotros mismos, necesitamos de mitos reconfortantes que nos permitan evadir la dura realidad. Los griegos se inventaron a Prometeo, un semidiós que dolido por la miseria de los hombres, roba el fuego a los dioses y se lo otorga a la raza humana, quien a partir de ese regalo divino mejora su calidad de vida. Los dioses, sedientos de venganza por el robo de Prometeo, lo condenan a vivir encadenado a una roca, mientras un águila le devora el hígado todos los días. Y Prometeo resiste. Siglos después, ya cuando el hombre, más seguro de sí mismo (o por lo menos , eso es lo que cree), la inigualable pluma de Cervantes crea el Quijote, quien no es más ni menos que un nuevo Prometeo. Aunque creado a partir de la locura, pues don Alfonso Aldana, debe enloquecer para ponerse una bacinilla en la cabeza y salir al mundo a "desfacer entuertos" (trastocar el mal en bien), no es más que una nueva versión de Prometeo. Peleará con molinos de viento y su enorme bondad más su gran sabiduría estarán al servicio de los buenos de este mundo. Otro Prometeo que se deja comer el hígado. Pasan los siglos y las representaciones simbólicas, cambian de imagen pero proyectan las mismas ansiedades. No creemos en Prometeo ni en el Quijote, como seres reales, pero nos inventamos a Superman y lo aplaudimos en el cine, como una ficción más. Sin saberlo, estamos llenando nuestra necesidad, escondida en lo más profundo de nuestra psique, de poder creer que hay alguien que trastoca lo malo en bueno y que es capaz de amoldar el mundo a la medida de nuestros sueños. De esta forma, el hombre de hoy, en mínima parte, logra cumplir su ritual mítico, sin saberlo y sin que sea un acto comunitario de purificación, como lo era en la antigüedad.

 

 

 

Escrito por lestat1 a las 13 de Junio 2004 a las 04:09 AM
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